El síndrome del hombre inerte

Hay demasiadas ideas de lo que un hombre debería ser. Aquí hablaremos de lo que no debería ser para dejar que su verdadera naturaleza aflore. Hay hombres por todas partes, y son hombres des-apasionados. No se conocen a sí mismos, y por lo tanto confluyen con la masa. Hacen lo que se espera de ellos y no lo que nace de sus entrañas. No son viriles. Son del sexo masculino porque así lo dictan sus genes, pero dentro de ellos hay temor. Temor a expresarse, temor a sentir, temor a no agradar o a no ser aceptados. Para evitar que sus más grandes miedos se manifiesten tiene que renunciar a algo: su virilidad.

El término "viril", deriva de vir (del latín "varón"), que comparte raíz con “virtud”. La virtus era el conjunto de comportamientos gracias a los cuales el vir podía mantenerse como tal. La virtud tiene que ver con estar en contacto con la fortaleza, las capacidades del alma, los profundos deseos y el propósito de vida. En la antigua Roma existían dos clases de hombres: el vir – el señor, el guerrero, el hombre libre, el que no es propiedad de nadie –  y el homo – el esclavo. En base a esto, podemos concluir que el mundo está constituido por una sociedad de homos, o lo que también podemos definir como el “síndrome del hombre inerte”. 

El concepto de lo masculino no tiene por qué estar relacionado directamente con músculos, altura, físico o comportamientos. Aunque tampoco hemos de olvidar que el cuerpo es a su vez un reflejo y perfecta manifestación de un estado o de una tendencia de la mente. El poder de lo masculino reside en una actitud, resultado de una forma de pensar y de un estado mental alineado. Un Hombre no habla en exceso, no habla por llenar vacíos, sólo habla si tiene algo que decir. Hablar es del ego. Hablar por hablar corresponde a una compulsiva búsqueda de identidad, a la necesidad de tener que colocarse para así definirse y poder hallar un espacio de confort en medio de la angustia. La necesidad como tal no es una característica del varón. Originariamente es él el que tiene que proveer y no pedir o necesitar. Una característica masculina es la determinación y la concreción. La tendencia a la dispersión, las dilaciones y los formalismos son apoyados por una sociedad castrante que busca apaciguar la manifestación del Ser. 

Los homos están llenos de contradicciones. En ellos priman los “deberías” sobre las motivaciones – en ocasiones porque ni siquiera las reconocen, tienen demasiadas ideas preconcebidas dentro de la cabeza. No son valientes. No enamoran, porque ellos tampoco se atreven a enamorarse. Sólo tratan de complacer, porque han adquirido características patológicas femeninas como es la manipulación. Tienen demasiado presente su debilidad y, sin embargo, no están en contacto con ella ni la reconocen. Pueden aparentar seguridad, tener relaciones con muchas mujeres o manifestar altos niveles de testosterona, pero ello no deja de ser una reacción que trata de tapar la ausencia de un centro sólido. Se alimentan de la aprobación de los demás, y en una incesante búsqueda de reconocimiento y valía, tienen que dejar a un lado sus deseos para actuar en favor de lo que se espera de ellos. Algunos de los comportamientos más comunes son: 

- Falta de claridad

- Mentira

- Control

- Miedo al compromiso

- Idea de traición

- Agresividad pasiva

- Inconsistencia

- Falta de palabra

No son claros en sus intenciones. Mienten para protegerse. Tratan de controlar las situaciones para encontrar seguridad. Tienden a huir del compromiso porque temen la traición, incapaces de ver que son ellos los que se traicionan a sí mismos con cada concesión que hacen al relacionarse con los demás. Debido a una saturación por la falta de respeto que ejercen sobre sí mismos tienden a sobre compensar con conductas pasivo-agresivas – tendencia más femenina que masculina –. No son consistentes, se escudan detrás de unas palabras que ni ellos mismos se creen y hacen promesas que rebasan su capacidad de dar, en un intento por mantener al otro complacido, aunque sea de forma efímera. Las mujeres deberían aprender de las fortalezas de los hombres, así como los hombres de las de las mujeres. Sin embargo, actualmente los hombres están tomando la histeria femenina (falta de concreción y engaño / auto-engaño), y las mujeres la huida y compulsión masculina (auto-engrandecimiento y alardes de una falsa seguridad). Reconocer la sensibilidad, saber expresarse con contundencia y sentido y experimentar la variabilidad de emociones sin temerlas, sino tratando de ir más allá hacia una comprensión, son elementos sanadores.

Esto no quiere decir que un hombre tenga que corresponder a un molde determinado, no es una cuestión de copiar formas. Todo lo contrario. Esta patología y distorsión del fenómeno del hombre inerte proviene precisamente de eso, de andar tratando de cumplir expectativas en lugar de seguir los dictados del corazón. Un hombre siente. Y debido a ello puede establecer relaciones causales entre lo que cree y lo que se manifiesta en su vida. Los hombres desconectados de su verdadero propósito no son más que cumplidores de clichés. El hombre tiene una naturaleza intrínsecamente sostenedora. Cuando ésta está mal enfocada, en lugar de actuar con ecuanimidad desde su centro, se convierte en un gestor de formas y previsor de susceptibilidades movido por la presión, en gran parte buscando satisfacer a las mujeres, pero sin llegar a conseguirlo. Pero el homos no puede sacar todas estas conclusiones porque no se ha permitido vivir. No se ha permitido salir de las paredes de lo que papá y mamá establecieron que debería hacerse, o lo que su marcado objetivo profesional le dictó, o lo que el cine y los estereotipos le programaron a hacer. Hace cosas compulsivamente con el afán de tapar, porque no se permitió parar a reconocer que sentía miedo.

El hombre inerte habla de más, está amedrentado por su propio impulso sexual y se conforma con relaciones de pareja mediocres que nacieron por inercia y continuaron por inercia. Como no se escucha a sí mismo no tiene a su lado una mujer que le escuche de verdad, y se frustra. Culpa al entorno de su impotencia vital y se disocia de él. No se atreve a hablar con contundencia y a decir lo que piensa, si acaso lo hace en un momento de ofuscamiento o enfado en forma de reacción. Pero tras la explosión emocional, sigue en su día a día tragando en un mar de sumisión. Quiere maltrato y castigo a través de relaciones sentimentales que no le satisfacen, trabajos sacrificados, relaciones familiares que suponen una carga emocional – y a veces hasta material – , y amigos igual de desconectados que él.

Puede presentarse de diversas formas: desde el prototipo de macho que no se implica emocionalmente, pasando por el espiritual que dice comprender a las mujeres, hasta el hombre medio, padre de familia media, sueldo medio, vida media, clase media y testosterona media. A pesar de las aparentes diferencias todos ellos tienen en común la cobardía. No son poderosos, no son soles, no brillan, no viven una vida de merecimiento, sino que se arrastran hasta la muerte. Están casados con conceptos demasiado constringentes. Se defienden y sacan las garras, proyectan su malestar, pero no actúan, no van a la causa ni ponen remedio a su sufrimiento. No quieren entender, sólo adaptarse a las circunstancias arañando un cachito de calma dentro del caos que es su vida. No rompen con su mamá, si acaso buscan una sustituta. No saben conversar, sólo responder a lo que ellos creen que el otro espera escuchar o dicen lo que aprendieron que "hay que decir". No hacen el amor. Se desahogan sexualmente. No saben amar simplemente porque nunca se amaron a sí mismos.

Pero no hay que dejar de lado la otra cara de la misma moneda. Las mujeres tampoco saben amar. La mujer media desea ser la víctima de un hombre sin poder. Ella se ve en la situación de tener que tomar el mando, pero se frustra, porque ese no es su papel. Y en aras de compensar y de encontrar un sostenedor, buscará como sustituto un hombre que tampoco la ama, pero en este caso ni siquiera lo aparentará en la forma. Las mentes funcionan como un sistema en el cual cada parte está unida a la otra, por ello la responsabilidad de la situación es compartida. Los deseos que dan forma a hombres que han olvidado su papel corresponden a mujeres que temen la relación con un Hombre. Ellas no quieren oír la verdad que le expresaría aquel que está en su centro y sabe lo que quiere. Ellas no quieren comunicación, sino satisfacción inmediata. Las mujeres utilizan al otro para tapar su eterna insatisfacción y su insaciable inseguridad. Ellas tampoco les aman, y ellos sólo responden a la falta de amor. Todo esto es una cadena de eternos viceversas.

Romper esta cadena no tiene nada que ver con aleccionar, imponer o tratar de cambiar al otro. Consiste más bien en dar un paso en dirección a la honestidad con uno mismo. Una vez que se reconoce que lo que ocurre afuera no hace más que dar forma a un profundo deseo colmado, se puede tomar conciencia de lo que se ha elegido hasta el momento, y desde ahí tomar las riendas de lo que uno quiere en adelante. La masculinidad es sólo una cosa: valentía. Valentía de asumir lo que se siente, sin intentar manipular los resultados. Saber que toda causa tiene un efecto, pero no por ello temer el efecto. La causa ya está señalando en una dirección determinada, hacia un resultado necesario de experimentar. Se pueden dar muchos rodeos hasta llegar al mismo punto, o se puede agarrar el punto, guardarlo en el bolsillo y empezar a caminar sin más demora.

 

Alma Sanz





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