La espiritualidad es salvaje

No puedes ser “espiritual”. Creer esto es tan absurdo como pensar que tu condición humana es una opción. Eres un ser espiritual soñando una experiencia humana. No tiene nada que ver con la forma, apariencia, vestimenta, amuletos, comportamiento o lenguaje utilizado. Aún siendo una persona agnóstica, tu esencia seguirá siendo algo que rebasa la experiencia en este mundo. Entendamos la idea de “ser espiritual” como la distorsión que se viene utilizando para fabricar un nuevo concepto del yo, uno aparentemente más cercano al misticismo, pero que proviene del error de creer que un ego puede llegar a espiritualizarse.

Nuestra naturaleza puede reconocerse por ese guía interno que nos habla en todo momento, al que muchas veces se llama intuición. Si alguna vez has escuchado esa voz, sabrás que nunca te indicó cómo debías aparentar ser aquello que todavía no crees ser, no te dijo que fingieras hasta conseguirlo, ni que taparas tus verdaderas emociones u ocultaras tus intenciones por considerarlas inadecuadas. Lo único que hizo fue señalar en la dirección correcta, haciendo primero hincapié en tus interpretaciones equivocadas para poder corregirlas, y te otorgó la certeza de saber qué camino tomar aunque no fuera lo que tu intelecto reconociera o aceptara inicialmente.

Aún siendo un mensaje sencillo, riguroso y carente de artificios, el ego ha simulado entenderlo en una amalgama de conclusiones basadas en la magia y el misticismo mal entendido. Este tipo de prácticas tan frecuentes de la “nueva era” se reconocen con facilidad porque nunca van a la causa de los asuntos, sino que simplemente dan vueltas buscando soluciones al nivel de la forma. Parten de ideas abstractas y altamente interpretables como puede ser el concepto de la “energía” o la tendencia a hablar en términos no dualistas que ni siquiera se han llegado a comprender. Juegan con la sugestión de lo que se siente o desea, la idealización de una figura que nos va a aportar aquello que nos falta y la carencia emocional de los implicados que aceptarán cualquier futura promesa como la panacea que les salvará del “mal” actual.

No es posible llevar a cabo ningún proceso de desarrollo si no se parte de la responsabilidad - entendiendo la responsabilidad como la toma de conciencia de la relación causa-efecto entre lo que se cree y lo que se experimenta -. No es posible encontrar soluciones parcheando el problema. Es imprescindible potenciar procesos inductivos en los que la persona pueda correlacionar su situación actual con el origen de la misma. Cuando se está dispuesto a ver, cada experiencia formará parte de un proceso de aprendizaje más profundo. Se podrá reenfocar cada situación molesta o difícil de aceptar como el impulsor hacia un cambio de percepción. Sin embargo, esto es incómodo porque desbarata la idea que tenemos acerca de nosotros mismos y va minando poco a poco la identidad que hemos tardado tantos años en fraguar. Por eso la tendencia del ego es invertir en una eterna búsqueda que mantiene satisfecho el intrínseco deseo del ser humano de ir más allá, pero sin llegar a encontrar las respuestas que se creen buscar. Y decimos “creer” porque precisamente se encuentra aquello que se desea: no resolver el problema para que se mantenga intacto, pero sí mitigar los síntomas de modo que no sea tan molesto como para que nos recuerde constantemente que sigue sin resolverse.

La espiritualidad es salvaje, sincera, honesta. Va de forma despiadada tras el error a corregir. No teme equivocarse. Es más, sabe que va a equivocarse y utilizará esas equivocaciones para adentrarse en capas más profundas de su proceso de aprendizaje. Es en los momentos de aparente retroceso, de aparente caos, cuando el suelo parece moverse bajo los pies, cuando mayor impulso podemos tomar. Sólo tomando una verdadera conciencia del punto en el que estamos y de lo que realmente valoramos, podremos empezar a ejercer un verdadero regreso a nuestra esencia tranquila y confiada.

No hay nada más cercano al espíritu que “estar” en paz. La virtud reside en simplemente estar en la experiencia que hemos elegido sin recurrir a fantasías o huídas mentales. Gracias a la riqueza del castellano, podemos hacer una distinción del significado que entrañan los verbos "ser” y “estar" que otras lenguas como el francés o el inglés no pueden hacer, ya que emplean indistintamente la misma palabra para expresar ambas locuciones. En el ámbito de la metafísica se invita a “ser” por encima del “hacer”, pero debido a la inclinación del ser humano a “querer correr antes de andar”, se tiende a imitar ciertos estados antes de alcanzarlos. Por ello es una buena práctica empezar primero a aprender a estar en este mundo, que no es poco. Puedes “ser” tantas identidades como el ego precise para preservar su existencia. Sin embargo, "estar" no contiene opuestos ni alternativas, ya que "no estar" no es una de ellas. Puedes no estar en un sitio pero siempre estarás en otro, estar en un estado mental diferente al anterior, estar en un estado emocional que ha variado, estar dormido o despierto... “Estar” puede llevar implícito el no identificarse con nada en específico, mientras que en la conciencia de “ser” a menudo la referencia es tomada del exterior. Mientras haya identificación con el cuerpo, “estar” tendrá una relación más directa con la introspección y “ser”, con la proyección.

En la mayoría de las corrientes espirituales prima la forma sobre el contenido. Se potencian ciertos dogmas, prácticas, vocabulario o estilos de vestir que se convierten en un método a imitar. Se copian conductas que en la mayoría de los casos no se llegan a comprender, pues no proceden de un proceso propio de integración, ni de un acompañamiento del nivel de conciencia inicial hacia uno de mayor entendimiento. Por ello es común que en este perfil de estudiantes y maestros se mantengan enquistados patrones antiguos que generan resentimientos debido a la incomodidad de verse incapaces de alcanzar un estado ideal al que aspiran y que, sin embargo, no se ven capaces de integrar o comprender. La huída hacia adelante es el recurso más utilizado, debido a la vergüenza y a la presión grupal que generan entornos igual de autoengañados. Al no ver su propio autoengaño, no podrán detectar el de los demás, por lo que se sentirán insuficientes y excluidos de un estado de “iluminación” que otros han llegado a alcanzar pero él no. Una vez puesta en marcha la carrera por el ansiado trofeo de la sanación, no habrá espacio para reconocer la debilidad, miedo o vulnerabilidad que nunca dejó de estar presente.

Si uno no se considera lo suficientemente espiritual en un entorno determinado, siempre podrá huir a una nueva disciplina de las muchas que ofrece el mercado que promete la codiciada realización espiritual. Esta preferencia por tapar el miedo y disimular la inseguridad son mecanismos que sirven para tratar de ocultar una profunda agresividad reprimida, vidas llena de disfuncionalidades, una tendencia a “no darse cuenta” del para qué se actúa, o los sacrificios personales que se hacen en pos de mantener ciertas relaciones. Tapar es lo opuesto a ver y no ver es lo opuesto a la espiritualidad.

Sé espiritual…pero de un modo salvaje. Labra tu propio camino según los dictados de tu espíritu. No te dejes domesticar por las exigencias de tu previsible ego. Rompe con los esquemas de lo que esperas de ti mismo. Cada momento es una oportunidad para revisar tu pensamiento y así poder reinventarte. Doma tus instintos primarios, y conquista nuevos recursos hasta el momento desconocidos. Explora el poder de tu mente y atrévete a descubrir que lo extraordinario se encuentra en aprender de lo cotidiano.

Alma Sanz





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