A la minoría siempre

El famoso poeta y escritor Juan Ramón Jiménez solía dedicar sus obras a una minoría de personas que consideraba podrían conectar mejor con su manera de expresarse. Un Curso de Milagros hace una mención similar cuando afirma que “todos son llamados, pero son pocos los que eligen escuchar”. En el Manual para el maestro también se hace referencia a esta característica que algunos pocos tienen, la escucha, y que les lleva por sendas poco transitadas por la mayoría cuando afirma que hay quienes son llamados a cambiar las circunstancias de sus vidas casi de inmediato, mas éstos son generalmente casos especiales. A la gran mayoría se les proporciona un programa de entrenamiento que evoluciona lentamente, en el que se corrige el mayor número posible de errores previos”. Vamos a referirnos en este artículo a ese camino que sólo algunos pocos recorren en su peregrinar por este mundo.

Aunque las señales están disponibles para todos en forma de libros, maestros y cursos, de ello no se deduce que sean comprendidas por la mayoría. De ahí tales expresiones como “quien tenga oídos para oír que oiga” o “quien tenga entendimiento que entienda”. El hecho de que una información esté escrita en un idioma conocido no significa que su significado sea comprensible para todos.

Para aquellos que tienen desarrollada la capacidad de comprender se abre un nuevo camino cuando la información llega a sus vidas. Comienzan su experiencia en el mundo como si fueran una “rara avis”, interesándose pronto por temas que la mayoría de sus compañeros de juegos no comparten ni por los que tienen interés. Aunque se sienten un poco extraños continúan ampliando su comprensión, atravesando las típicas trampas que la mente ha diseñado en el caso de que algún osado se atreviera a adentrarse en esos senderos oscuros, a cuyas puertas permanece la gran masa creyendo haber logrado algo.

En el libro “Dejar ir”, (David Hawkins, editorial El Grano de Mostaza) se describe detalladamente en qué consiste este engaño que tiene atrapados a los buscadores de la verdad de la siguiente manera:

“Cuando tienes molestias, vas al médico o al psiquiatra, a un analista, a un trabajador social, o a un astrólogo. Te haces de una religión, filosofía, vas a Seminarios de Entrenamiento Erhard (est, siglas en inglés), o te das un empujoncito con las EFT (Técnicas de Liberación Emocional). Equilibras los chakras, pruebas con alguna reflexología, acudes a la acupuntura de la oreja, a la iridología, a la sanación con luces y cristales. Meditas, cantas un mantra, bebes té verde, te interesan los Pentecostales, aspiras fuego y hablas en lenguas. Consigues centrarte, aprendes Programación Neuro-Lingüística, intentas realizaciones, trabajas las visualizaciones, estudias psicología, te unes a un grupo Junguiano. 

(...)Te reúnes con curanderos Nativos, haces una cabaña de sudación. Pruebas las hierbas chinas, la maxicombustión, el shiatsu, la acupresión, el feng shui. Vas a la India. Encuentras a un nuevo gurú. Te quitas la ropa. Nadas en el Ganges. Miras fijamente al sol. Te afeitas la cabeza. Comes con los dedos, te vuelves realmente sucio, y te duchas con agua fría. Cantas cantos tribales. Revives vidas pasadas. Tratas la regresión hipnótica. Gritas un grito primario. Golpeas las almohadas. Haces Feldenkraised. 

Te unes a un grupo de encuentros matrimoniales. Vas a Unity. Escribes afirmaciones. Haces un esquema de visión. Pruebas el re- nacer. Tiras el I Ching. Tiras las cartas del Tarot. Estudias Zen. Tomas más cursos y talleres. Lees montones de libros. Haces el análisis transaccional. Recibes clases de yoga. Entras en el ocultismo. Estudias magia. Trabajas con un kahuna. Haces un viaje chamánico. Te sientas debajo de una pirámide. Lees a Nostradanus. Te preparas para lo peor.

Vas a un retiro. Ayunas. Tomas aminoácidos. Compras un generador de iones negativos. Te unes a una escuela de misterios. Aprendes el apretón de manos secreto. Tratas de tonificarte. Pruebas la terapia del color. Pruebas las cintas subliminales. Tomas enzimas cerebrales, antidepresivos, remedios florales.

Piensas los pensamientos de la Nueva Era. Mejorar la ecología. Salvar el planeta. Te leen el aura. Llevas un cristal. Obtienes una interpretación astrológica sideral Hindú. Visitas a una trans- medium. Vas a terapia sexual. Pruebas el sexo Tántrico. Eres bendecido por algún Baba. Te unes a un grupo de anónimos. Viajas a Lourdes. Te sumerges en aguas termales. Te unes a Arica. Usas sandalias terapéuticas. Te enclaustras. Consigues más prana y exhalas la negatividad rancia. Pruebas la acupuntura con agujas de oro. Le echas un vistazo a la vesícula biliar de las serpientes...”

Tal vez por falta de espacio o simplemente por no aburrir, el doctor Hawkins no siguió mencionando la surtida oferta de baratijas espirituales que nutren las publicaciones “nueva era” (ya un poco desgastada a estas alturas) y a las que podrían sumarse muchas más, siempre renovándose y apareciendo como algo novedoso, cuando es lo de siempre con otro nombre. Los ideólogos de ese mercado han concluido que si terminan muchos de los nombres de sus productos con la palabra “terapia” o los nombran en otro idioma, los devoradores de novedades espirituales se abalanzarán sobre ellos, como de hecho ocurre.

Pero dejando atrás toda esa parafernalia espiritual, hay algo interesante que ocurre en esos “casos especiales” a los que se refiere Un Curso de Milagros, en los cuales ha habido una dedicación seria a la comprensión de lo que está ocurriendo en la mente. Cuando se ha ido desprendiendo todo aquello que solía usarse para entretenerse en este mundo, algo comienza a aparecer desde lo profundo. Y lo que ocurre en un principio no es agradable. Todo el entretenimiento, fuera este espiritual o no, tenía la finalidad de mantener oculta una incómoda sensación de vacío. El problema con el que se encuentran estas personas es que ya no pueden ocultarla. Era la misma sensación que aparecía ante una ruptura sentimental, una mala noticia, una preocupación, la idea de la muerte o la tarde de un domingo profundamente aburrido, pero ahora no hay ya nada con lo que justificarla ni sobre quien proyectarla. Esta es una etapa de desorientación en la que aparecen muchas dudas. Puede que se planteen que no están haciendo bien las cosas, o que si el resultado de su trabajo interior es ese, más les valdría no haberlo comenzado nunca, y aunque existe la tentación de volver a usar lo que se usaba en el pasado para no sentir esa sensación, ya no funciona. Muchos se ven a sí mismos como “Cifra”, el personaje de la película Matrix, que habiendo despertado prefiere volver a dormir para saborear un buen filete, aunque no fuera real.

Estas reflexiones suelen ocurrir en las primeras etapas del proceso de “des-ilusión”. Lo que había antes ya no sirve y lo que esperabas que ocurriera todavía no está ahí. Muchos llaman a esto “estar despiertos”, pero lo único que ha ocurrido es que la mente ha sido desconectada de sus patrones adictivos y dependientes basados en la culpa.

Como pasa con los soldados después de una guerra, puede darse un síndrome post-traumático, y aunque la guerra ha terminado, aún reverbera en sus mentes el sonido de la batalla. Normalmente se tiene conocimiento de las estrategias de la guerra y expectativas acerca del estado de paz, pero el tránsito de un estado al otro puede producir mucha confusión. También se conoce como síndrome de abstinencia. Abstinencia de culpa, de juicios, de irresponsabilidad, de preocupaciones, de ataques, de defensas, de proyecciones…y de locura. Aunque las raíces de las creencias falsas han sido extraídas de la mente, éstas aún revolotean sobre la superficie dando la apariencia de que se encuentran en ella como una vez lo estuvieron. Un Curso de Milagros define esto como que “una sensación de estar vagando a la deriva vendrá a atormentarte y a recordarte las múltiples maneras en que antes solías buscar satisfacción y en las que creíste haberla encontrado. No te olvides del dolor que en realidad encontraste, ni le infundas vida a tu desfallecido ego. […] Eres muy inexperto en lo que respecta a la salvación, y crees que has perdido el rumbo. Lo que has perdido es tu manera de alcanzar la salvación, pero no pienses que eso es una pérdida.”.

La adaptación a la libertad puede conllevar ciertas dificultades, y la mente, buscando liberarse de la incomodidad, puede intentar recurrir a comportamientos antiguos por resultarle conocidos y tener así un punto de referencia familiar. Es importante comprender esta etapa de la liberación para no posponerla más de lo necesario. Hace falta una adaptación a la nueva manera de percibir porque aunque la mente ya no está enquistada en determinados patrones de pensamiento, aún no ha consolidado suficientemente la visión como para que ésta sea consistente. En este punto pueden ocurrir aparentes retrocesos. Ciertos aspectos que parecían resueltos o que incluso nunca antes habían sido un problema aparecen ahora para ser revisados. Todo eso es normal y es simplemente una última evaluación por parte de la mente pero desde una nueva perspectiva, como quien toma un objeto entre sus manos y lo observa desde todos los ángulos para tener una visión más completa del mismo antes de abandonarlo.

La sensación de incomunicación aumenta, ya que muy pocas personas llegan hasta este punto de comprender y hacer suya la experiencia de que el mundo no tiene nada de valor que ofrecerles, y por lo tanto la tristeza puede abatirse sobre ellos al no encontrar a nadie con quien compartir su perspectiva. Algunos pueden caer fácilmente en depresión, pero esta es una etapa que acaba quemándose en sí misma si no se obstruye con intentos de evitarla. Esta depresión es necesaria para llevar a cabo un proceso introspectivo que reajuste la percepción. Normalmente no suele ser comprendido por las personas que no lo han experimentado, y es habitual que hagan recomendaciones médicas creyendo que se trata de alguna forma de desequilibrio mental. Es un camino que suele recorrerse en soledad y al que se alude como “la noche oscura del alma” o “estar en tierra de nadie”. Sólo cuando se recorre ese solitario camino se comprende en toda su extensión por qué la mente trata de evitarlo y se entretiene con pasatiempos como los que David Hawkins mencionaba en su libro. El proceso puede durar años, y dependerá de las resistencias que se tengan y la disposición que haya para permitir que el cambio tenga lugar.

Poco a poco va habiendo una habituación a la situación y bajo la sensación depresiva va surgiendo algo más consistente en la medida en que se deja de luchar contra ella. Comienza el proceso de aceptación, y desde esa perspectiva empiezan a identificarse pequeños lastres que hacían de la experiencia algo menos fluido. Teniendo una base de referencia más consistente, todo aquello que no encaja con esa referencia es cuestionado y abandonado. La comunicación, llegados a este punto, es prácticamente imposible con la mayoría de las personas, y se reduce a una serie de formalismos prácticos y funcionales. Sin embargo, debido a la aceptación y comprensión de lo que es este mundo y las mentes que lo habitan, no produce ya ningún conflicto porque se ha comprendido que ha sido fabricado para negar la comunicación, y por lo tanto no se espera.

¿A qué se dedican las personas que han llegado a este punto? Podría decirse que a nada. Ya no hacen nada, independientemente de lo que parezcan hacer sus cuerpos. Han ido más allá de las preocupaciones y de la creencia de que tienen que hacer algo. Tan sólo permanecen observando las fluctuaciones del sueño, esperando a que el tiempo haga su trabajo y sus cuerpos caigan por el camino, sin ningún apego al mundo o a nada de lo que parece tener lugar en él. Son transeúntes en un mundo del que otros han hecho su hogar. Tienen la disposición de compartir su perspectiva con aquellos que la requieren. Los buscadores de la verdad les convocan porque perciben en ellos algo especial, e interpretan muchas veces sus enseñanzas como “técnicas” o “métodos”, porque así calman la ansiedad que les produce escuchar que no tienen que hacer nada. Sin embargo, tuvieron que atravesar la tentación de hacer algo antes de darse cuenta de que no había nada que hacer aquí.

 

Andrés Rodríguez





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