La comunicación es el arte de transmitir pensamientos. Y es un arte porque une lo invisible con lo visible, lo abstracto con lo concreto. La única finalidad de la comunicación es recordarle a la mente lo que ha olvidado. Y lo que ha olvidado es lo único que existe. La comunicación es, por lo tanto, una herramienta que, puesta al servicio del Espíritu, se convierte en el puente hacia el mundo real. Porque hablar no significa comunicarse. Comunicarse significa estar en unión con otra mente, con o sin palabras. Y cuando esa unión mental puede traducirse en palabras, el lenguaje se vuelve inspirado y divino. Y las palabras cobran una nueva dimensión y una profundidad que no podrían tener de otra manera.
Por lo general muchos hablan, pero no dicen nada. Hablar de uno mismo permanentemente no significa estar en comunicación, sino negarla. Quien habla constantemente de sí mismo ha olvidado que la comunicación es un intercambio en el que ambas mentes se ven inspiradas mediante el recuerdo de lo olvidado. Quien sabe escuchar, reconoce que lo que oye en otros es sólo el eco de su propia voz, y no siente la necesidad de intervenir, a no ser que el Espíritu así se lo indique. Y lo que diga entonces no tendrá relación con su propio personaje, puesto que no hay diferencia entre el suyo o el de otro. Ambos son igualmente irreales. No será él quien decida qué se va a decir, a quién o cómo. Cuando se ha confiado hasta ese punto, la mente se limita a escuchar y a transmitir lo que escucha, proveniente de una sabiduría que trasciende cualquier intención de participar conscientemente de ninguna comunicación. Y lo que escuche puede parecerle sorprendente o extraño, pero no lo juzgará, puesto que la experiencia le ha demostrado que puede confiar en ello.
En ocasiones, la comunicación se convierte en un arma para atacar. Se ha juzgado previamente al otro como indigno de amor, y ahora hay que destruirle. Para eso es necesario convertirle en una idea, porque sólo las ideas pueden ser negadas, y negar a tu hermano es atacarle. Y no te das cuenta de que primero has debido creer que tú mismo eres una idea, y una idea de insuficiencia, ya que de otra manera no podrías ver insuficiencia en tu hermano.
Ahora la “comunicación” es sólo la espada con la que atravesarle y terminar con él. No importan los argumentos. No importa la elocuencia. No importa el ingenio. No proviene del deseo de compartir, sino del de separar. Adopte la forma que adopte, no reúne la única condición en la que la comunicación es posible; el deseo de recordar conjuntamente con tu hermano quién eres. Y lo que sois tiene que ser lo mismo, puesto que habéis sido creados iguales. Un conflicto de comunicación es sólo una manera de decir que la comunicación se ha interrumpido, puesto que cuando hay comunicación, no puede haber conflicto.
Cuando necesitas que tu hermano crea lo mismo que tú y piense lo mismo que tú piensas como condición para amarle, es porque te encuentras solo y estás pidiendo desesperadamente amor. No crees que Dios te ame porque crees que no eres digno de amor, al creer que has efectuado un cambio en la mente que Él creó inmutable. Y es inevitable, si piensas esto, que creas que le has atacado. Así que ahora es fundamental para ti que tu hermano pague por lo que tú crees haber hecho. Ahora es necesario definir cuál es la “verdad”, y una vez hecho esto, tienes que demostrarle a tu hermano lo equivocado que está, de manera que, ante la “elocuencia” de tus argumentos, él decida hacer un cambio en su mente que te libere a ti de la necesidad de hacer un cambio en la tuya.
Para el ego es fundamental que tú creas esto, ya que si no es así, serías tú el que tendría que permitir que el cambio fuera hecho en tu mente. Y en este proceso se pasan por alto muchas cosas. Se olvida que el amor no pone condiciones. Que tu hermano y tú sólo sois dignos de amor, sin que nada en este mundo haya modificado jamás esa condición. Y que sólo la mentira tiene que ser sostenida, porque la verdad se sostiene sola, y no necesita defensas.
Si una idea te separa de tu hermano, esa idea te está separando de ti mismo. Y no debería subestimarse el poder de esta afirmación. Esa idea, por muy “espiritual” que sea, por muy inteligente o bien argumentada que parezca, es sólo una excusa de tu mente para no amar. Ya que cuando amas realmente, no hay ninguna idea en la que tu hermano y tú no estéis unidos. El amor unifica y corrige cualquier desorden mental. El amor pasa por alto cualquier ilusión en forma de conflicto. El amor sólo busca extenderse a sí mismo, es paciente, y tiene perfecta confianza en la verdad de la que proviene. Jamás justifica un ataque ni lo promueve. No busca la separación, sino la perfecta unión con todo y con todos.
Cuando eso ocurre, la comunicación se ha restablecido. Ahora las palabras son irrelevantes. Donde antes se necesitaban muchas palabras, ahora la Voz del silencio susurra verdades ancestrales que todas las mentes reconocen, y ante las cuales no hay posibilidad de réplica. Se han dejado las defensas de lado, la mente está receptiva de nuevo a la verdad y nadie tiene ya necesidad de conflicto.
Perder la paz, dejar de amar y tratar de atacar al otro son siempre los síntomas de la falta de comunicación. Tú no tienes que salvar a nadie de sus errores. Precisamente porque no son reales no pueden tener efectos. Y creerás esto cuando tú mismo te hayas perdonado y no sientas ya ninguna necesidad de hacer nada para “expiar” tus culpas. Por lo tanto, tampoco le exigirás a nadie que haga nada con respecto a sus propios errores. Eso libera completamente su mente y la tuya, junto con él. Y en la medida que haces esto, los errores comienzan a desaparecer de su mente, y de la tuya. Todo es logrado cuando no intervienes, sino cuando lo permites. Intentarlo es perderlo de vista. La visión del Espíritu efectúa toda corrección.
Andrés Rodríguez