Matar a los padres

Uno de los principales obstáculos con los que se encuentran las personas en su proceso de sanación mental es la relación con sus padres. Para entender por qué esto es así es necesario primero comprender cómo la figura de los padres, primera referencia que tenemos en el mundo, afecta a la idea que tenemos sobre nosotros mismos. Como Un Curso de Milagros explica El propósito de las enseñanzas del mundo es que cada individuo forje un concepto de sí mismo. Éste es su propósito: que vengas sin un yo, y que fabriques uno a medida que creces. Y cuando hayas alcanzado la "madurez", lo habrás perfeccionado, para así poderte enfrentar al mundo en igualdad de condiciones y perfectamente adaptado a sus exigencias.” (T31.V/1)

Aunque hay ciertas características genéticas y un bagaje previo (el nacimiento no es el principio) que determina la manera de procesar la información que se interpreta en la infancia, la interacción con quienes nos relacionamos de forma más estrecha durante los primeros años de vida es determinante para modelar la idea que cada uno tiene de sí mismo. En este punto es fundamental comprender en qué se basa la relación especial, ya que toda relación de pareja comienza siendo una relación de odio, encubierta con apariencias de amor, pero sin llegar a serlo, a no ser que los miembros de dicha pareja tengan un propósito claro y conjunto de sanar sus mentes a través de la relación, lo cual, por lo general, suele darse en algunos casos de forma puramente anecdótica.

Teniendo esto en cuenta, es evidente entonces que el entorno mental y emocional en el que se interactúa durante la infancia suele ser muy disfuncional. La mente que llega a este mundo requiere entonces adaptarse a las duras condiciones que la rodean para poder sobrevivir. Y cuando se utiliza este término, significa exactamente lo que quiere decir; supervivencia. La mente recién llegada se encuentra interactuando a través de un cuerpo que es completamente dependiente de la aparente voluntad de otros. Si no llora no recibe atención, cuidados, afecto ni alimento. Comienza así a establecerse el primer vínculo de completa dependencia mental, emocional y física.

La mente continúa su desarrollo en este contexto, en el que a medida que avanza se va amoldando poco a poco a la interacción con dos personas que no se aman y donde el caos, la represión, la falta de amor y todo tipo de disfuncionalidades hacen acto de presencia. Y en esa adaptación progresiva la mente infantil va realizando todo tipo de ajustes. Según los rasgos del carácter, en unos casos imitará dichos comportamientos, mimetizándose así para tratar de pasar inadvertida, y en otros se rebelará contra ellos, pero en ninguno de los dos casos podrá liberarse de la influencia que la rodea, ya que la disfuncionalidad será su punto de referencia.

Cuando el conflicto o trauma es demasiado intenso y ningún mecanismo de evitación funciona, entonces la mente, en un intento por mantener la cordura y el resto de sí misma intacto, optará por recubrir el conflicto en un manto de negación que directamente la llevará a disociarse de aquello que ha negado, manteniéndolo profundamente guardado en el inconsciente. Y desde ahí, desde ese oscuro espacio al que el infierno ha sido relegado, la mente manifestará toda su ira, proyectada ahora afuera en forma de experiencias “no deseadas”, “accidentes” o todo tipo de relaciones disfuncionales que recreen ahora para ella todo lo que no supo ver antes de que esa disociación ocurriera.

Todo este proceso se forja en los primeros años de experiencia en el mundo. Una vez que se automatiza ya ni siquiera es necesario pensar en ello. Algunos lo llaman carácter, otros personalidad, pero no es más que la mente reproduciendo automáticamente las respuestas que aprendió a dar a la situación de conflicto en la que se vio envuelta al llegar. Pocos se dan cuenta de que la relación que tienen con sus padres es la forma en que tratan de mantener inconscientemente esos patrones disfuncionales intactos. Si naces en mitad de una guerra te adaptarás a ella. Y una vez que te has adaptado, las características propias del aprendizaje, que requieren conservar lo que se ha aprendido de manera permanente, harán que no quieras deshacerte de ello, aunque lo que sientas sea doloroso.

Una mente que desee liberarse debe dejar atrás todos esos mecanismos de autocastigo. La idea que el hijo tiene de sí mismo ha requerido la participación de unos padres cuyo estado mental era desequilibrado, y al adaptarse a ese desequilibrio, él mismo ha caído en el desequilibrio. Los padres han reafirmado a su vez el concepto que tienen de sí mismos a través de la interacción con su hijo, y debido al mecanismo de aprendizaje que tiene la mente para que éste sea permanente, ahora todos los mecanismos de defensa de la mente de los padres exigen que nada cambie, ya que cualquier cambio por parte del hijo es percibido como una amenaza a la integridad del concepto que tienen de sí mismos.

Muchos de los que lean esto se identificarán con el proceso aquí descrito. Cuando han llevado a cabo algún intento de cambio, aunque este fuera positivo para sus vidas, han sido juzgados y atacados por aquellos que supuestamente debían querer el bien para ellos. Pero ese es el momento de recordar que el ego no le desea el bien a nadie y que no entiende de lazos de sangre, excepto si ese argumento le sirve para justificar sus ataques. No debe olvidarse tampoco que todo sistema de pensamiento tiende a buscar prolongarse en el tiempo, y la relación especial, que es la causa de todo nuevo nacimiento, utilizará la interacción con los hijos para reafirmarse a sí mismo.

El ego le otorga a la relación con los padres una connotación casi divina, convirtiéndose en ocasiones en una devoción que roza el fanatismo y que hace que las familias se conviertan en células sectarias que impiden el desarrollo de la mente de los hijos más allá de su limitado alcance. Madres que chantajean emocionalmente a sus hijas induciéndoles a sentirse culpables si no cuidan de ellas el resto de su vida, exigiéndoles directa o indirectamente que renuncien a tener su propia familia para recibir toda su atención en exclusiva. Padres con sentimientos de inferioridad o frustración exigiendo a sus hijos que lleven a cabo tareas que ellos mismos no fueron capaces de llevar a cabo en su juventud y que ahora quieren ver concluidas a través de ellos, sin tener en cuenta si es lo que les hace realmente felices.

Algunos hijos, para seguir justificando la dependencia emocional que tienen de sus padres, esgrimen el argumento “es que son mis padres” como si el hecho de haber llevado éstos a cabo una función puramente reproductiva, fruto en la mayoría de los casos más de la inconsciencia y el deseo que del amor, efectuara en la mente de los progenitores algún tipo de transformación maravillosa que hiciera que sus mentes se convirtieran de pronto en referencias de cordura y sensatez, a pesar de que sus vidas reflejen generalmente justo lo contrario.

Debido a esta codependencia emocional entre padres e hijos, el caldo de cultivo para el inmovilismo y la frustración se vuelve casi inevitable. Son pocos los hijos que utilizan su referencia interna para avanzar en su camino, debido a que ésta contradice los preceptos de la “secta familia” y pone en cuestión sus dictados. Son pocos los padres que evitan la tentación de hacer de sus hijos los cómplices de sus frustraciones y fracasos, queriendo hacer de ellos el chivo expiatorio de los efectos que su relación demente con sus propios padres produjo en ellos. Y así la cadena se va prolongando de generación en generación, repitiendo una y otra vez los mismos patrones, hasta que alguna “oveja negra” aparece en la familia para confrontarla con su propia demencia y manifestar lo que la tendencia familiar había ocultado.

Freud usó la expresión “matar a los padres” para hacer alusión a esta situación limitante de dependencia emocional.  Para romper esta cadena por alguna parte, los padres no deberían arrogarse la capacidad de educar, ya que ellos mismos no saben quiénes son, qué hacen en este mundo ni cuál es el propósito de nada. Si lo supieran no sentirían la necesidad de redimir sus culpas a través de la vida de sus hijos. Amar es ofrecer espacio. Espacio para acertar o para equivocarse, pero siempre espacio para aceptar. La aceptación produce más beneficios que cualquier método novedoso de enseñanza infantil. Simplemente dejar ser, confiando en que hay una inteligencia que lo gobierna todo y que realizará los ajustes necesarios cuando la situación lo requiera. Los padres que quieren llevar a cabo esta función correspondiente al Espíritu son arrogantes y están urgentemente necesitados de ayuda.

Los hijos no deberían mirar a sus padres como espejos en los que verse reflejados, ya que éstos ofrecieron las circunstancias para manifestar en los primeros años de vida las lecciones que el hijo debería aprender, lecciones que los propios padres aún no habían aprendido y cuya falta de aprendizaje se reproduce en la mente de los hijos. La única referencia válida para los hijos debiera ser la interior, aunque suele estar tan oculta y mezclada con ideas de autoexigencia y complacencia paterna que sólo se puede identificar con claridad después de cierto período de práctica.

Todos los hermanos deben honrarse unos a otros, pero bajo el paraguas de una verdadera Filiación, y no de la parodia que el ego ha querido hacer para imitarla bajo el nombre de familia y lazos sanguíneos. ¿Cuándo el cuerpo ha unido realmente a las mentes? La devoción y la autoridad son características reconocibles por los demás como consecuencia de un desarrollo mental y emocional avanzado, y no son otorgados automáticamente por la realización de un acto reproductivo compartido con el reino animal.

Algunas personas ajenas a las enseñanzas de Un Curso de Milagros han interpretado equivocadamente que el curso tiende a romper parejas o familias. El curso tan sólo describe cómo funcionan las relaciones y muestra que la mayoría de estas relaciones no están basadas en el amor. Cuando alguien se decide por el camino del amor encuentra entonces que hay muy pocos a su alrededor que quieran recorrerlo, ya que el amor, el único que existe y que no hace distinciones en función de los cuerpos y su parentesco, es un extraño en este mundo, y se le mira con recelo. Las relaciones especiales, que han sido forjadas para negar el amor, no deberían ser la referencia del amor. La familia, que es generalmente la expresión del especialismo, sólo debería ser la referencia del amor si en su seno se manifiestan sus cualidades, y no por derecho propio.

 

Andrés Rodríguez





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